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Ahora que estamos en la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBO), es la ocasión propicia para reflexionar sobre la importancia de los libros, pero también sobre la lectura, el entendimiento y la comprensión de los textos leídos, no importa si en edición impresa o digital, que sólo representan el 3% del total en Colombia. Según el dato más reciente de la Cámara Colombiana del Libro (2019), un colombiano en promedio lee alrededor 2,7 libros por año, aproximadamente. Aunque hemos progresado, porque en 1988, apenas se leía un promedio de medio libro al año, es más lo que nos falta por avanzar que lo que hemos avanzado para equipararnos con otros países, como Argentina o Chile en Latinoamérica. Además, según la encuesta nacional de lectura (2019), al 28,3 % de los colombianos no le gusta leer.

Los resultados de las pruebas Pisa 2018 pusieron en evidencia algunas falencias y debilidades del sistema educativo colombiano, principalmente en lo tocante a la lectura crítica y comprensión.  Según dichas pruebas Colombia, en lugar de mejorar en su desempeño, desmejoró significativamente. Ahora que, por nuestra membresía a la OCDE, considerado un club de buenas prácticas, Colombia se debe someter a sus métricas y el resultado obtenido en estas pruebas no la favorece. En efecto, el puntaje de lectura alcanzado (412) está muy por debajo del conjunto de países que hacen parte de la OCDE (487) y lo que es peor se retrocedió frente al resultado de las mismas pruebas en 2015 (425)!

 

Por muchos años se volvió una frase de cajón decir que en el pasado el mundo se dividía entre quienes tenían y los que no tenían, luego entre quienes sabían y los que no sabían, posteriormente entre quienes estaban conectados a la red de internet y quienes no estaban conectados. Hasta hace pocos años la mayor dificultad para quienes estudiábamos e investigábamos era el acceso a la información, hoy en día la información está en la red, al punto que, como nos lo enseña el reputado escritor Yubal Noah Harari, en su obra Las 21 lecciones para el siglo XXI, la tecnología, merced a la inteligencia artificial, al algoritmo y la big data, gracias a la cuarta revolución industrial, un robot está en capacidad de acumular la información que tanto nos abruma a los humanos y reemplazar a este en múltiples actividades.

El mundo quedó atónito recientemente al conocer que científicos japoneses lograron programar un computador para que valiéndose de la inteligencia artificial pudiera escribir una novela. Pero, lo más sorprendente es que una novela escrita por un robot estuvo a punto de ganar un concurso internacional, fue finalista. Y, en concepto de uno de los jurados, el escritor japonés de ciencia ficción Satoshi Jose, elogió la novela y manifestó que, aunque tenía algunas fallas e inexactitudes en la descripción de los personajes,  la misma estaba muy bien estructurada. Vea pues!

Pero la única facultad humana que aún no está al alcance de un robot es el del discernimiento y el de la creatividad. De allí la importancia del concepto del eminente científico colombiano, el médico neurofisiólogo Rodolfo Llinas, en el sentido que “más importante que saber es entender y para entender es fundamental contextualizar el conocimiento”. Esta es otra etapa mucho más avanzada, en donde se tiene mucho más acceso a la información y al conocimiento que antes, pero el valor agregado por parte del investigador está en el discernimiento, el entendimiento y la contextualización del conocimiento que, por fortuna, aún está reservado a los humanos y no está al alcance de los humanoides

ENTORNO ADVERSO
La realidad y el entorno socioeconómico en el que nacen y se desenvuelven las personas condiciona su condición social, el desarrollo de sus capacidades y su desempeño hacia el futuro.

Este 25 de julio el Distrito especial Santiago de Cali cumple 485 años de su fundación en 1536, a la usanza de la época colonial, por parte de su subalterno Miguel López Muñoz, en nombre del conquistador Sebastián de Belalcázar, el mismo cuya estatua fue derribada desde su pedestal primero, por segunda vez en menos de un año y removida después del sitio en donde se erigió hace 84 años.

Según el IDEAM en 1850 el país contaba con un área de 349 kilómetros cuadrados de área glaciar y ya para el 2010 sólo contábamos con 45 kilómetros cuadrados, el 12% (¡!), los cuales en sólo 8 años, para el 2018, ya se había reducido a 37 kilómetros cuadrados, que se concentran en dos sierras nevadas (el Cocuy o Güicán y Santa Marta) y cuatro volcanes (Ruiz, Santa Isabel, Tolima y Huila).

Mis palabras, pronunciadas en la plenaria del Senado de la República el 28 de julio de 1998, con ocasión de un debate de control político a raíz de la decisión del Gobierno Nacional, que no compartí, de liquidar a las electrificadoras subsidiarias de CORELCA para privatizar la prestación del servicio de energía eléctrica en la región Caribe resultaron premonitorias: vamos a salir de las llamas para caer en las brasas.

Esto es lo que he venido proponiendo desde mis escritos, como fórmula para salvar la economía nacional de la recesión que se está incubando, con graves consecuencias para el empleo y el ingreso, afectando sobre todo a los más vulnerables.

No he podido dar con la autoría de esta genial metáfora, para darle el crédito correspondiente, portadora de un potente mensaje keynesiano en momentos en los que hasta sus más acérrimos críticos y los más recalcitrantes alabarderos del neoliberalismo han terminado por aceptar su teoría y sus prescripciones para enfrentar situaciones tan criticas de la economía en barrena como la actual, a consecuencia de las medidas de prevención primero, de contención después y de mitigación actualmente de la pandemia del COVID-19.

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