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ES UN SOPLO LA VIDA

Bien dice el tango que “es un soplo la vida, que veinte años no es nada”, porque somos sólo briznas de hierba en las manos de Dios, cuyos designios insondables e inescrutables se cumplen puntualmente. Pues bien, pasaron más de veinte años desde que mi suegro don Pablo Restrepo partió adelantándosele a mi suegra Melba Herrera, quien el día de hoy nos dejó acongojados y consternados para irse a su encuentro con él para compartir con él la gloria eterna.

Ironías de la vida, él que solía dedicarle a ella la canción de Lucho Gatica, a manera de promesa, que dice “espérame en el cielo corazón, si es que te vas primero, espérame que pronto yo me iré”, se invirtieron los papeles y es él quien tuvo que aprestarse para recibirla este jueves Santo, justo cuando los cristianos renovamos nuestra fe en Cristo, quien nos dejó un mensaje conmovedor y consolador cuando dijo: “el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel vive y cree en mí, no morirá eternamente”. Y lo ha dicho el Papa Francisco, “la muerte no tiene la última palabra”. Esta promesa cierta nos reconforta y nos consuela. El Alma de Melba, al igual que la de Pablo trascenderá a su muerte.

El idilio de Pablo y Melba comenzó en Génova (Quindío) y se trasteó a las breñas de Antioquia, estableciéndose en Medellín y conformando un lindo hogar, caracterizado por su humildad, por las buenas costumbres y por su espíritu de superación, lo que le permitió sortear cuantas dificultades afrontaron, que no fueron pocas, para consolidarlo y proyectarlo, primero a sus hijos y luego a quienes en nuestra condición de yernos, nueras, nietos y bisnietos lo expandieron, todos unidos alrededor del tronco que fueron ellos, quienes nos
dispensaron en vida todo su amor y su cariño.

Eso sí, quien llevó la voz cantante en esta noble y ejemplar familia fue Melba, quien tenía un carácter recio cuando las circunstancias así lo ameritaban, pero igual con una dulzura inigualable a la hora del esparcimiento y las celebraciones, las que ella disfrutaba como la que más, constituyéndose siempre en el centro de atención, las que amenizaba con sus chistes, algunos de ellos subiditos de tono y de color. Sus cumpleaños siempre fueron motivo de fiestas, en la que no podían faltar los mariachis, que tanto le gustaban, pero le gustaban más las canciones que eran de su predilección y que ella pedía que las interpretaran una tras otra.

Hago esta aclaración, ella no sólo disponía y le pedía a los mariachis dichas canciones cuando se trataba de sus cumpleaños, sino también en la celebración de los de los demás. No había nada que hacer, los mariachis tenían que interpretar: el cristo de la pared, la venia bendita y la palma. Y, claro, ella acompañaba y acompasaba la música, tal y como lo hizo, ya con su voz apagándose, hace apenas 11 días con sus noches, cuando le celebramos sus 93 años!

A ella no le gustaría que dijéramos que estamos tristes por su fallecimiento porque la tristeza nunca tuvo que ver con ella, porque fue una mujer alegre, extrovertida, de buen humor, capaz de romper un témpano de hielo en cualquier reunión de la que participara con sus ocurrencias, anécdotas y chistes. Desde luego, para asistir a toda reunión, mejor dicho antes de salir de su alcoba se acicalaba, siempre bien trajeada, bien maquillada, bien perfumada y ay de quien le tocara el cabello después que ella lo había puesto en su lugar. Sus finas y lindas facciones, su elegancia y su donosura fueron proverbiales y se conservaron hasta que ya al final de su periplo vital se apagaron sus ojos azules, los mismos que resaltaban su belleza. Genio y figura, esa fue Melba hasta el último hálito de su existencia.

Fue Melba una mujer de una fortaleza sin par, la que pusieron a prueba los achaques que le sobrevinieron en sus últimos 8 años, a consecuencia de lo que llamaban nuestro abuelos complicación de males, los que soportó con estoicismo y resiliencia cristiana, hasta escalar la cima de sus 93 años. Y pese a ello, todavía seguía aferrada con todas sus fuerzas a la vida, tanto fue así que, advertida por Nydia de la inminencia de un desenlace fatal, haciéndole ver cariñosamente que ella ya había cumplido su misión en esta vida, que todos estábamos satisfechos por todo cuanto hizo por toda la familia, que no tenía de qué preocuparse a la hora de su partida, su respuesta fue tajante, yo no me quiero ir todavía! 

Su ejemplo, sus enseñanzas, su obra en vida, serán su mejor legado. Lo que uno se lleva cuando se va es cuanto deja a nuestro paso por la vida, ella se nos fue muy satisfecha del deber cumplido, como esposa, como madre, como abuela, como bisabuela, como hermana, como tía, como amiga, porque ella fue muy amiguera. Al momento de la muerte el Alma se separa del cuerpo, convertido ahora en inútil morada, en despojos mortales y toma vuelo a su encuentro con nuestro Padre celestial. Esta es una cita ineludible que todos tenemos que cumplir. Paz en su tumba!
A
mylkar D. Acosta Medina, señora e hijos, con sus respectivas familias
Familia Restrepo Herrera

Amylkar Acosta Medina

Amylkar David Acosta Medina1​ ( Monguí, La Guajira 1950) es un economista y político colombiano miembro del Partido Liberal. Se desempeñó como senador de la República2​ y entre 1997 y 1998 fue presidente del Senado. En el gobierno de Juan Manuel Santos fue ministro de Minas y Energía.