“No se dejen robar la alegría, no se dejen robar la esperanza, que nadie se las robe, que nadie los engañe” Papa Francisco. Bogotá, septiembre 10 de 2017
El 13 de marzo de 2013, después de cuatro intentos, el quinto fue la vencida, las fumatas negras expelidas por la estufa especial dispuesta para el efecto en la Capilla Sixtina, la misma que alberga en su bóveda los frescos inmortales del arquitecto y escultor italiano Miguel Ángel Buonarroti (1508 – 1512)), en medio del secretismo que caracterizan los cónclaves cardenalicios para elegir Papa y la mirada expectante del mundo católico, por fin la fumata blanca fue portadora de la albricia de la elección como Papa 266º del argentino a cuyo nombre de pila, secular, Jorge Mario Bergoglio renunció para, a partir de ese momento, ser conocido y reconocido como Francisco, en honor a San Francisco de Asís, figura emblemática de la cristiandad, caracterizado por su vida de pobreza, austeridad, humildad y amor por la creación, llevando una vida de renunciación y abnegación, siempre como siervo de Dios!
El purpurado de la Orden de los Jesuitas y luego Cabeza de la iglesia católica el Papa Francisco, con la sencillez y humildad proverbial en él y escaso entre sus paisanos los argentinos, en sus primeras palabras al momento de asumir su pontificado se dirigió a los fieles y también a los infieles, porque su discurso fue siempre incluyente y abrazador, en los siguientes términos: “como sabéis, el deber de un cónclave es dar un obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo...pero estamos aquí… Y ahora, comenzamos este camino: obispo y pueblo. Este camino de la Iglesia de Roma, que es la que preside en la caridad todas las iglesias. Un camino de hermandad, de amor, de confianza entre nosotros”.
Y algo que nunca pasó por alto, porque siempre hizo gala de sus detalles, los que lo conectaban con su grey, a renglón seguido, además de “dar la bendición” añadió “pero antes os pido un favor: antes que el obispo bendiga al pueblo os pido que pidáis al Señor para que me bendiga. La plegaria del pueblo pidiendo la bendición para su obispo. Hagámoslo en silencio”, la entraña fecunda de la meditación y la confesión con Dios.
El Papa Francisco sucedió al Papa Benedicto XVI, quien renunció a su pontificado por quebrantos de salud que le imposibilitaban ejercerlo, convirtiéndose en el primer Papa latinoamericano y acaba de fallecer a sus 88 años, justo al término de la Semana Mayor, tras la noche del domingo de Resurrección, cuando hizo su última aparición en público, durante la bendición Urbi et Orbi a sus fieles devotos, al amanecer del lunes de Pascua, cerrando de esta manera, como su presintiera su partida, su pontificado que duró12 años y 39 días (2013 – 2025), en momentos en los que el pueblo católico celebra el Jubileo, que invita a los fieles de todo el mundo a un tiempo de renovación espiritual, reconciliación y encuentro.
Como nos lo recuerda el profesor español Sergi Rodríguez López – Ros, “una antigua tradición de la piedad popular romana, que se remonta al siglo IV, compilada ya por San Gregorio Magno, segura que las personas que fallecen el día de Navidad y el día de Pascua son especiales para Dios. Los católicos atribuyen ser llamados ese día como el aval a una vida íntegra, plena, difícil. Es como si Dios quisiera repetir como Jesús en el monte Tabor, ´este es mi hijo, escuchadle´”. Coincido con él y con los romanos en “ver ese hecho como un espaldarazo al pontificado del Papa Francisco”, por sus sobrados méritos y merecimientos como cabeza y jerarca de la Iglesia católica.
El Papa Francisco fue ante todo, además de ser el insomne guía, el faro, en estos momentos de tanta turbulencia, confusión y caos en el mundo, un hombre ejemplar y ejemplarizante, dotado además de una inteligencia superior, la que puso al servicio del culto, de sus prédicas, al tiempo que revolucionó y modernizo a la iglesia, poniéndola a tono con nuestros tiempos, desafiando y enfrentando con coraje sus atávicos vicios y extravíos, particularmente la homofobia, la pederastia y los resabios de los retrógrados de la vieja nomenclatura. El Papa Francisco fue en vida un Papa paradigmático, una figura disruptiva para la Iglesia católica y deja tras de sí una profunda y memorable huella.
Cabe destacar, como uno de sus mayores legados, su Encíclica Laudato Sí, sobre el cuidado de la que el llamó apropiadamente “la Casa común”, revelada el 24 de mayo de 2015, de una enorme importancia, pertinencia y trascendencia para la humanidad. Con esta Encíclica el papa Francisco le puso su impronta a su pontificado. Así como León XIII es recordado por la Encíclica Rerum Novarum (De las cosas nuevas) de 1891, en la que tempranamente se reivindicaban los derechos laborales de los trabajadores, Juan XXIII por la Encíclica Pacem en terris (Paz en la tierra) de 1963, clamando por la paz mundial y condenando la carrera armamentista y Pablo VI por la Encíclica Populorum progresio (Progreso de los pueblos) en 1967, predicando el desarrollo social como el camino para alcanzar la paz, el será gratamente recordado por esta Encíclica.
El Papa Francisco fue un adelantado de su época, se anticipó a la aprobación de los 17 Objetivos del desarrollo sostenible (ODS), con su Agenda 2030 y al Acuerdo de París aprobado por la COP21 finalizando el 2015. El Papa Francisco ha sido reiterativo en que la Casa común “la hemos contaminado, la hemos saqueado, poniendo en peligro nuestra misma vida. No hay futuro para nosotros si destruimos el ambiente que nos sostiene”. Y defendió la Casa común con la misma vehemencia con la que defendió a los migrantes y a los confinados, considerados por el como los más vulnerables y vulnerados. “Nadie se salva sólo", solía decir. Más recientemente sostuvo que “los ríos no beben su propia agua, los árboles no comen sus propios frutos. El sol no brilla para si mismo y las flores no esparcen su fragancia para si mismas. Vivir para los otros es una regla de la naturaleza”.
En su último homilía nos dejó un mensaje aleccionador, esperanzador y muy a tono con su arrolladora personalidad: “puedes tener defectos, estar ansioso y vivir enojado a veces, pero no olvides que tu vida es la empresa más grande del mundo. Sólo tú puedes evitar que se vaya cuesta abajo. Muchos te aprecian, admiran y aman. Si repensabas que ser feliz es no tener un cielo sin tormenta, un camino sin accidentes, trabajar sin cansancio, relaciones sin desengaños, estabas equivocado. Ser feliz no es sólo disfrutar de la sonrisa, sino también reflexionar sobre la tristeza. No sólo es celebrar los éxitos, sino aprender lecciones de los fracasos. No es sólo sentirse feliz con los aplausos, sino ser feliz en el anonimato. La vida vale la pena vivirla, a pesar de todos los desafíos, malentendidos, periodos de crisis”. Amén!
Riohacha, abril 21 de 2025
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